“Como los Simpson de los años 90, pero con mucho más fisting y sobredosis” es la fórmula que Simon Hanselmann (Launceston, 1981) emplea para explicarnos cómo describiría su obra a alguien que no la conociera todavía. El dibujante, probablemente el artista más célebre nacido en Tasmania desde Errol Flynn, nos deleita desde hace unos pocos años con algunos de los tebeos más personales y cáusticos del nuevo milenio. Aunque su retorcido humor y la naturaleza de las situaciones que plasma en sus cómics hacen difícil que alcance un público masivo, sus álbumes ya han obtenido premios tan prestigiosos como el Eisner, el Ignatz o el del Festival Internacional del Cómic de Angulema. En nuestro país, no pocos lo recordarán como el protagonista de una de las entrevistas más delirantes que se han emitido en el programa La Resistencia.

 

Su obra tiene mucho de retrato generacional. Si nos remontamos a los años 60, la contracultura americana tenía como uno de sus buques insignia al gran Robert Crumb, quien reflejó mejor que nadie la era de la psicodelia y la liberación sexual. Por su parte, el underground actual encuentra en Simon Hanselmann un reflejo deformado o incluso invertido de muchos de los temas que Crumb abordaba: si la obra de este último era una oda al desparrame y la fiesta, la del tasmano lo es de la resaca; mientras que para el primero el sexo era lúdico y liberador, en las páginas de su serie Megg & Mogg se muestra turbio y lleno de desazones; la diversión que proporcionaban las drogas y la expansión de la conciencia que a ellas asociaba el estadounidense son, en Hanselmann, la única escapatoria para una existencia nihilista…

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23/11/2019
El Confidencial