Eduard Limónov escribió los textos que conforman Diario de un perdedor durante los años de su exilio en Estados Unidos, entre mediados de los setenta y principios de los ochenta, cuando era un completo desconocido en los márgenes de Nueva York. Entre 1975 y 1983, llevó una vida de precariedad silenciosa: sin papeles, sin prestigio, sin más pertenencia que la lengua rusa que insistía en no abandonar. Se ganaba el sustento como camarero o corrector en publicaciones casi invisibles, mientras observaba el mundo norteamericano desde el fondo de un vaso de resentimiento y deseo. Aquellas páginas, no pensadas para el lector, fueron cuadernos de subsistencia; no se publicaron hasta mucho después, primero en Rusia y luego en traducciones que hoy nos llegan como mensajes embotellados desde una orilla turbia.

Limónov nació en 1943 en Dzerzhinsk, una ciudad industrial de la antigua URSS. Fue, sucesivamente o a la vez, poeta disidente, okupa en París, soldado en los Balcanes, columnista de prensa, político nacionalista, «performer» involuntario, protagonista de biografías ajenas. Supo incomodar en todos los idiomas que tocó. Su figura atrajo por su condición cambiante, proteica, casi mitológica en su terquedad. Emmanuel Carrère lo convirtió en personaje central de una de sus novelas de no ficción más celebradas, retratándolo como la encarnación sucia y fascinante del alma rusa contemporánea. Pero más allá del personaje, quedó la escritura: una prosa cortante, desnuda, sin filtros ni disculpas, atravesada por una necesidad casi física de autenticidad…

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20/06/2025
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