Limónov era un escritor a lo Umbral. Un poeta, en verso o prosa, con aliento de bragueta y beso dulce. Ingenioso en el frío. Cálido en el amor. Un prototipo de hombre abandonado y sacrificado por la injusticia del nacimiento, que jamás se sintió del todo a gusto con su alrededor, ni consigo mismo. Eso lo reveló fuerte. Contrastado. Igual que el negativo de una fotografía, rendido siempre al maniqueísmo de los extremos. Con su pluma de navaja, su lengua de nigromante y su aspecto de dandi atlético, de cabeza borradora que en la ebriedad crepuscular te reta a un concurso de flexiones, Limónov encarnó la orfandad del sueño soviético. También la desazón capitalista. Pero, sobre todo, se encarnó a sí mismo, catapultado por un narcisismo igual de beligerante que algunas de sus últimas boutades políticas.
Para quien lo despiste, hablo de Eduard Veniamínovich Savenko, mejor conocido como Eduard Limónov (Dzerzhinsk, 1943-2020). Un poeta underground, novelista, político, canalla, chapero, militar (del lado serbio) y provocador ruso, que fue catapultado a la fama internacional con la pértiga de la biografía que Emmanuel Carrère escribió sobre él en 2011. Disidente anti-Putin y líder del grupo de los Nacional Bolcheviques, Limónov fue un provocador poliédrico. Dotado de esa predilección natural para convertirse en el eje de toda ambición en la que pusiera la mirilla…
Fotografía: Ivan Simochkin (Wikimedia Commons)