Juan Montiel escribe recio, crudo. Relatos desasosegantes en los que asoma lo macabro, lo grotesco. Maneja una prosa seca, de tono despojado, en la que resuenan ecos de tremendismo carpetovetónico. Y emplea una retórica fronteriza, con un registro idiomático entre coloquial y arcaizante, un deje muy particular, plagado de hallazgos expresivos sacados vaya usted a saber de dónde. En cualquier caso, demuestra tener muy buen oído.

Sus cuentos se sostienen sobre la sensación de inminencia, la tensión creciente, el matiz inquietante. Suele ambientarlos en escenarios imprecisos pero llenos de trascendencia. Paisajes de la España profunda en los que nadie ha sido nunca bienvenido, como esa aldea infernal que funciona como representación de cualquier lugar en el que exista pobreza, aislamiento, violencia, crueldad, miedo…

Montiel se ocupa de lo que está en los márgenes. Escribe sobre lo que le pasa a gente a la que nunca le pasa nada bueno. Gente estigmatizada y sin posibilidad alguna de redención.
El tema más recurrente es el de la fatalidad, el destino inevitable que encamina a sus personajes hacia el desastre. Personajes que escapan de algo, que buscan refugio en otra parte.

Que o bien reprimen algo temible y misterioso o bien se comportan como si tuvieran un exorcismo pendiente, como el protagonista del primer cuento, un conseguidísimo western con tintes de tragedia lorquiana. Otro de los mejores es una historia de terror interminable en la que ni los supervivientes ni los muertos pueden descansar en paz. Otro es un relato de fantasmas con escritora al fondo (y esa escritora podría ser Adelaida García Morales). Los hay más esperpénticos, como el de la nodriza pasiega o el de las novias enclaustradas…

Por eso decíamos que, de haber nacido en Misisipi o en Luisiana, saludaríamos a Juan Montiel como a un digno continuador de la tradición en la onda del gótico sureño. Y bueno, sureño sí que es. De Antequera. Quizá por eso, pese a su probada solvencia como cuentista permanecía inédito hasta ahora. Su primera colección se caracteriza por la osadía estilística y una fuerte coherencia interna. Se titula Cada lunes de aguas y es una de las apuestas de esta temporada de la editorial logroñesa Fulgencio Pimentel. No se la pierdan.

Miguel Artaza

01/04/2025
Pérgola - Bilbao