Los fragmentos que conforman Diario de un perdedor fueron escritos en 1977 en la ciudad de Nueva York y vienen a ser, como le gustaba decir al autor, un “libro de profecías”, aunque otros ven en la obra “su testamento” o las últimas voluntades de un hombre turbio pero brillante, un libro que no se publicó en Rusia hasta el año 1991, dedicado “a todos los perdedores del mundo” y que se nutre de memorias, sueños, miedos…, y anécdotas escritas por un autor tan rebelde como desafiante, para hablarnos de sí mismo en tercera persona con la lucidez y el sabor de la derrota.
Quizás haya un momento en el que, la genealogía literaria del Diario de un perdedor nos pueda hacer pensar que estamos ante Las hojas caídas, la obra del controvertido modernista Vasili Rózanov. Nada más lejos. En un prefacio que escribió Eduard en 1998 para lo que se llamó “sus Obras seleccionadas”, nos da una explicación bastante convincente: “Allá por 1966, cuando emprendía mi carrera literaria de joven poeta, mi intención era dejar tras de mí un tomito desgreñado… Digamos que aspiraba a ser un Lautréamont tenebroso con la idea de consumar una vida secreta…, o de morir joven. Escribí ese tomito desgreñado y lleno de genio a los 34 años”. Un texto que rozaría lo patético si no fuera por los constantes guiños de este escritor eternamente coqueto…