Limónov, como París, no se acaba nunca. “Diario de un perdedor” se gestó en 1977 durante el exilio del escritor ruso fallecido en 2020 a los 77 años. Subtitulado “Cuaderno secreto”, algunos fragmentos se publicaron en 1978 en revistas parisinas de la emigración soviética, según escribe Mikhelson en su texto de presentación.

Dedicado “a todos los perdedores”, el libro es un “diario” atípico (no se incluyen fechas) y se compone de breves fragmentos donde el lirismo kamikaze del narrador se desborda en decenas de anécdotas que fluyen como navajazos contra todo (y contra todos) y reflexiones intimistas sobre su función como escritor exiliado en una Nueva York fantasmagórica y hostil, con el derrumbe de su matrimonio con su amada Yelena Shchapova revoloteando aquí y allá mientras se desahoga con grandes dosis de alcohol y sexo de todos los colores.

Descaradamente incorrecto para los tiempos que vivimos, nihilista irredento y con su arraigada vena poética en pie de guerra, el libro es, sin duda, uno de los más personales y radicales de su carrera –si es que se puede afirmar algo así del firmante de obras como Soy yo, Édichka (1979) o Historia de un servidor (1981)–, una sucesión de guantazos con puño de acero –una muestra al azar: “Qué ganas de follar hoy. De hundir la polla en lo más profundo de una ranura de color fresón batido y de que se vaya a la mierda el mundo entero. Y qué abismo tan siniestro se abre tras el orgasmo. Y qué gélido y metálico es el mundo. Y qué fácil resultaría condenar a muerte a cualquiera, preferiblemente a los ángeles”–, fulgurante testimonio de un escritor tan controvertido como genial.

Por Juan Cervera

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15/09/2025
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