Wertz, Finck, Delisle, Hanselmann, Hafid y el fin del mundo en cámara lenta

Quien siempre es eficaz en lo suyo es Simon Hanselmann (Launceston, Tasmania, 1981). ¿Y qué es lo suyo? Hacer (a la vez) los tebeos más tristes y más divertidos del mundo. La saga de Megg, Mogg y Búho es uno de los mascarones de proa de la editorial Fulgencio Pimentel, que en esta ocasión nos trae un volumen con café para los muy cafeteros: “Café Romántica” es el título de esta compilación de fanzines (ahora hay que llamarlos zines, cuidado; ya sé que esto ha sonado a viejo cascarrabias, pero es lo que soy) e ilustraciones del autor que habían quedado fuera del canon hanselamanniano publicado en nuestro país.

Para los no versados en la mandanga que se van a encontrar aquí, allá van las coordenadas: Megg es una bruja que vive junto a Mogg (un gato que es su novio) y Búho (un búho) en una casita bastante apañada que, más o menos en cada historia de la serie, es declarada zona de guerra tras la aparición de Werewolf Jones, un hombre lobo politoxicómano que va todo el día cachondo perdido.

A partir de aquí, lo cierto es que todo puede pasar: las reglas son sencillas, no las hay. Los personajes de Hanselmann viven, se drogan, mueren, resucitan, se vuelven a drogar, lloran, tienen ataques psicóticos y se ríen de Búho porque no lleva pantalones. Lo que podría quedarse en el enésimo tebeo undergroundpasado de rosca se eleva a la categoría de arte contemporáneo gracias al dibujo naif y tierno de Hanselmann (pese a que esté representando, un poner, secuencias de bestialismo), y a ese dominio invisible de la técnica que lo sitúa como un narrador imbatible.

“Café Romántica” es un buen punto de entrada a la obra del autor y, particularmente, creo que contiene un par de sus mejores historias. Más highlights del volumen: esa portada espectacular resultante de una intervención artística en la funda del vinilo “Another time, another place”, de Bryan Ferry, la espectacular producción a cargo de Daniel Tudelilla y la traducción de los sospechosos habituales, César Sánchez y Alberto García Marcos.

Pablo Ríos