José Ramo

José Ramo Gómez nació el 1 de marzo de 1945 en Bañón (Teruel). Licenciado en Filología Románica por la Universidad de Zaragoza, y afincado en Logroño desde 1977, entre ese año y 1993 trabajó como profesor de Lengua y Literatura españolas en distintos institutos de La Rioja, principalmente en la Universidad Laboral, de la que fue un tiempo director y en la que formó a varias promociones de alumnos, entre los que se cuentan los escritores Bernardo Sánchez y Andrés Pascual, el periodista Pablo García Mancha o el diseñador gráfico Jorge Elías Palacios. Profesor muy querido por quienes pasaron por sus clases, sus antiguos alumnos han evocado siempre con respeto y gratitud su figura y su ejemplo. Entre 1993 y 1999 trabajó en al Cité Scolaire Internationale de Lyon, adscrito a los servicios de Educación Exterior del Ministerio de Educación. Concluyó su carrera profesional en el Instituto Francisco Tomás y Valiente de Fuenmayor (La Rioja).

A mediados de los años ochenta dirigió en Logroño la revista Calle Mayor (1985-1989) y participó, junto a Manuel de las Rivas, Pedro Santana y otros, en la creación de la Biblioteca Riojana, dos de las más destacadas iniciativas de la cultura riojana de esos años. Como poeta y como traductor colaboró también en la mayoría de las revistas literarias riojanas (L´Anguilla, Fábula, Mangolele) y en jornadas y congresos literarios como el Primer Congreso de Escritores de las Autonomías, que tuvo lugar en Hervás (Cáceres) en mayo de 1987. Publicó un estudio sobre la pintura de Enrique Blanco Lac y traducciones de poetas como Tristan Corbière y Jules Supervielle. Fue colaborador de la revista bonaerense Hablar de poesía, dirigida por su amigo Ricardo Herrera y mantuvo una estrecha amistad con dos generaciones de poetas riojanos, que lo hemos tenido por maestro y hermano mayor.

Cinco libros –Estrategias (La Torre de los Panoramas, 1981), Aparte (AMG Editor, 1991), Arte de cámara (AMG Editor, 1995), El oro de la edad (AMG Editor, 1997) y Para cantar a solas (Ángeles Sancha Libros / Fulgencio Pimentel, 2015)–, tercamente organizados a la manera algo “ingenieril” del autor, es decir con secciones, subsecciones, series numeradas, lemas y epígrafes, son la obra toda de José Ramo, que ronda los doscientos poemas. No es improbable que entre sus papeles puedan hallarse todavía esas notas volanderas de uno, dos, cuatro o cinco versos, escritas con trazo elegante y resuelto sobre fichas blancas, que solían derivar al cabo del tiempo en sus bien perfilados textos. Puede decirse, además, que, si hacemos excepción del póstumo Para cantar a solas, José Ramo editó sus libros cuando y como quiso editarlos, materializando en cada ocasión proyectos que lo acompañaban durante un tiempo, para aparecérsenos a los amigos, una vez superado el largo proceso de maduración, con ese aire rotundo de cosa pensada y repensada que tienen sus libros.

Más allá de sus episódicas inquietudes de “hombre de letras”, José Ramo fue un poeta: intenso, riguroso, enigmático a veces. He antologado su poesía en dos ocasiones antes de ahora, y en cada caso he sentido la poderosa atracción de algunos textos que, desgajados de la estructura del libro que les da cobijo, adquieren condición de “artefactos perfectos”: poemas inolvidables donde con solemnidad casi siempre irónica el personaje poético reflexiona, invoca, se mira escribir o disecciona una figuración, con muy raras concesiones al sentimentalismo o a la melopea de los buenos propósitos y las bellas palabras.

Texto de Alfonso Martínez Galilea