Pudridero 2
Ha llegado otro letal e implacable engendro al planeta de la deformidad y el excremento, y anda buscando al Carantigua: El pudridero no es lo bastante grande para los dos, amigo. Ajeno a la aparición de su perseguidor, el protagonista de la saga empleará sus expeditivos métodos para escapar de las garras del Calígulon, una especie de engendro biomecánico que trata de controlar su mente… como si en la mente del Carantigua hubiera algo más que sed de sangre. La orgía de fluidos corporales alcanza cotas de tratado quirúrgico, la tensión aumenta y comienza a atisbarse lo que podría ser una trama.
Si en la primera parte de Pudridero ya asistíamos a un espectáculo alucinado de violencia y mal gusto sin sentido, Johnny Ryan (Boston, 1970) hace suyo en esta segunda parte el famoso precepto cinematográfico de empezar con un terremoto y a partir de ahí seguir subiendo la apuesta. El iconoclasta Ryan revisita el underground y la serie B de los 70s y los devuelve al terreno de la modernidad, despojándolos de socarronería posmoderna y situándolos en el lugar que les corresponde: el del derribo, el del espectáculo abisal y obsceno, hasta rayar lo intolerable.
Hasta la fecha, tanto en su país de origen como en España, hemos podido leer multitud de interpretaciones acerca de las intenciones –conscientes o inconscientes, explícitas o subliminales– de Ryan al pergeñar este engendro. En un magnífico artículo, Pepo Pérez recordaba las palabras de Susan Sontag: “Idealmente, es posible eludir a los intérpretes por otro camino: mediante la creación de obras de arte cuya superficie sea tan unificada y límpida, cuyo ímpetu sea tal, cuyo mensaje sea tan directo, que la obra pueda ser… lo que es”. Es difícil saber si Ryan pretendía lograr algo así, pero no está de más recordar sus propias palabras sobre el particular: “Quería hacer un cómic donde hombres grandes, monstruos feos, se reventaran a hostias unos a otros (…) el tipo de cómic de acción o aventura que podrías encontrar si abrieras el viejo cuaderno de notas de un chaval de catorce años”. No lo jures, Johnny.
Editado en colaboración con Entrecómics Cómics.